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Foto del escritorMichael Lopez

Juan Pablo Montoya: un hito del automovilismo colombiano.

Es momento de conmemorar al único latinoamericano que le dio pelea al “Kaiser”, usando su astucia y su rebeldía.

Juan Pablo Montoya tras ganar el GP de Mónaco en 2003. (Tomada de: sports.caracoltv.com)


Vamos a cerrar los ojos. Viajemos en el tiempo. Año 2003. La gente madrugaba a prender sus televisores o radios, algunos tomándose un tinto, otros envueltos en sus cobijas, pero todos con el mismo objetivo, ver correr a ese joven de 27 años. En un momento donde el deporte colombiano no destacaba a nivel internacional, llegó un bogotano con su habilidad de conducir al límite, para alegrarle la mañana a más de uno. Él es Juan Pablo Montoya.


Sin duda, cuando escucho este nombre, lo primero que se cruza por mi mente es aquella narración de Germán Mejía durante el Gran Premio de Mónaco en 2003, donde el piloto alcanzó su cúspide en el Gran Circo, y todos esos esfuerzos, batallas y disputas, se resumían en el icónico “Ganó Montoya”. 2 palabras que dieron un golpe sobre la mesa, y le demostraron a más de uno que el colombiano, con un monoplaza muy variable, podía plantarle pelea al alemán más temido en la historia de la Fórmula 1.

Victoria de Juan Pablo Montoya en el GP de Mónaco. (Tomado de: César Gómez en Youtube)


Ahora bien, para hablar de la historia, hay que retroceder a los orígenes. El colombiano tuvo sus inicios en el automovilismo con tan solo 9 años, debutando en el karting y Kart Komet. Mientras crecía, Montoya participó en más competencias, tanto nacionales, como en el exterior, marcando récords de vueltas rápidas, así como buenas clasificaciones, teniendo una rápida adaptación a los nuevos torneos, y al mismo tiempo, empezó a moldear un estilo único de conducción.


Para 1995, el bogotano dio sus primeros pasos hacia la categoría Fórmula, participando en la Fórmula N Mexicana, donde salió campeón, y a su vez, obtuvo su oportunidad de avanzar hacia la Fórmula 3 de Gran Bretaña, donde, tras tener un paso increíble, ganaría un cupo para disputar la Fórmula 3000, llamando la atención de Frank Williams, propietario de Williams F1, quien para 1997, lo contrató, con tan solo 22 años, como piloto de pruebas.



Pilotos del campeonato mundial de F1 2001. (Tomada de: pinterest.cl)


Tras tener unos años en el CART, donde conquistó 3 victorias, 7 poles y 6 vueltas rápidas, Montoya regresó a Williams, pero esta vez, para ser el piloto principal de la escudería británica. El colombiano llegó para asegurar su asiento, pero también, para tratar de seguirle el ritmo a su compañero Ralf Schumacher, y a su vez, “sobrevivir” a la oleada de nombres que luchaban en ese momento por el campeonato, entre los cuales, destacan el propio Michael Schumacher, Rubens Barrichello, Mika Hakkinen, David Coulthard, entre otros.


Como si se tratara de una pesadilla, las primeras 4 carreras del colombiano terminaron en abandono, ya fuera por problemas en el monoplaza o choques que le impidieron seguir, sin embargo, su temple fue mayor, obteniendo un segundo lugar en el Gran Premio de España, y con esto, mostrándose como un contrapeso de los favoritos para las próximas temporadas. Esta situación se repetiría en el Gran Premio de Europa, subiéndose de nuevo al podio, aunque esto no fue suficiente para el bogotano.



Montoya luego de ganar el GP de Monza, junto con Barrichello y Schumacher. (Tomada de: sports.caracoltv.com)


Y justamente, sobre la jornada 15 del campeonato, Montoya lograría aquello que tanto se le había escapado, y es que, tras una espectacular batalla, el colombiano alcanzó su primera victoria en la Fórmula 1, precisamente en el templo de la velocidad, en Monza. Aquello sería el principio del olor a café en cada podio, en cada gran premio, y que quedaría impregnado tras hacerse como el mejor novato del año.


Para 2002 y 2003, dejó de ser un novato más, y se convirtió en la verdadera competencia de Michael Schumacher. En palabras del mismo Juan Pablo, con tono confiado y seguro, el alemán era simplemente “El pirobo al que tocaba ganarle”, demostrando una irreverencia ante la grandeza, una rebeldía que desafiaba cualquier nombre, cualquier leyenda, e incluso, cualquier tradición. Y como muestra de ello, volvemos a Mónaco, recordando una vez más, esas 2 palabras que marcaron el ascenso de Montoya y su vigencia.


Esas 2 palabras representaron durante la temporada 2003, el costo tan grande que tuvo Schumacher para hacerse con el campeonato de pilotos, puesto que, por primera vez, había alguien que le complicó el caminar carrera tras carrera, una persona que, en medio del dominio alemán, logró hacer tambalear a los más grandes, obteniendo poles, victorias y destrozando los cronómetros.



Montoya en su primer año con McLaren. (Tomada de: motorsport.com)


Esta aura fue su llave para llegar a otra escudería británica, donde, con la promesa de un mejor monoplaza, buscaría quitarle el trono al Kaiser. Sin embargo, su llegada a McLaren no fue sinónimo de mejoría, ya que, desafortunadamente, la fiabilidad del monoplaza no fue la mejor, complicándole el rendimiento en muchas carreras, y aunque, durante sus 2 años con los de Woking, conquistó 3 carreras, la realidad es que sus resultados no fueron los mejores.


Para finales de 2006, el colombiano cambió de aires, regresando a tierras norteamericanas para competir en NASCAR y buscar nuevos horizontes, culminando su paso, por la máxima categoría del automovilismo. El piloto comentó más adelante que su salida se dio, tanto por la complejidad en el ambiente de la F1 para subir escalones entre los equipos, como factores que no representan transparencia en los procesos de selección y competencia.


Lo cierto es que, en su corta trayectoria, generó un impacto enorme en el Gran Circo, escuchándose aún su nombre en Mónaco y en Italia. Y para los más nostálgicos, todavía se pueden oír los ecos del FW25 en el principado, así como el rugir del motor del MP4-20 en los boxes de Italia, con una sensación de victoria y un olor a café.

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